Mussi a la manera de Insfrán: el modelo del poder eterno

El poder de Juan José Mussi en Berazategui y de Gildo Insfrán en Formosa revela dos caras de un mismo modelo: clientelismo, concentración de recursos y prácticas feudales que reducen la democracia a un ritual vacío, donde se premia la obediencia y se castiga la disidencia.

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La Argentina democrática convive con liderazgos que, lejos de ajustarse al espíritu republicano, reproducen prácticas medievales de dominación. Dos ejemplos paradigmáticos son Juan José Mussi en Berazategui y Gildo Insfrán en Formosa. Aunque distintos en alcance y contexto, ambos encarnan un modo de ejercer el poder basado en la concentración de recursos, la manipulación institucional y la sumisión de la sociedad a cambio de favores.

Mussi, médico de origen humilde que alcanzó notoriedad política a fines de los años ’80, ha sido seis veces intendente de Berazategui y ocupó cargos de relevancia a nivel provincial y nacional. Su trayectoria política, sin embargo, está atravesada por un extenso historial de denuncias y procesos judiciales. Desde el vaciamiento del IOMA en 1986, pasando por irregularidades en las jornadas solidarias de 1988, licitaciones direccionadas en 1994 y la escandalosa refacción inconclusa del Hospital Iriarte en 2000, hasta sanciones del Tribunal de Cuentas en 2005 y causas por desvío de subsidios, la sombra de la corrupción lo ha acompañado durante décadas. Incluso, declaraciones de un presidente del Concejo Deliberante (RUBÉN AICARDI) de su propio distrito lo vincularon con retornos y coimas a cambio de habilitaciones de bingos, barrios privados y cementerios.

A estos episodios se suman controversias ambientales y urbanísticas de enorme gravedad. Como presidente de la ACUMAR (Autoridad de Cuenca Matanza-Riachuelo), Mussi fue cuestionado por la falta de avances reales en el saneamiento de la cuenca, donde aún persisten basurales, industrias contaminantes y aguas en estado crítico pese a millonarias partidas. En Berazategui, la problemática del agua contaminada con arsénico y bacterias derivó en denuncias por enfermedades, sin que el municipio garantizara soluciones definitivas. Finalmente, la venta de la Costa Marginal de Hudson en beneficio de proyectos inmobiliarios privados encendió la polémica: vecinos y ambientalistas denunciaron que se entregaron terrenos públicos de altísimo valor ecológico y social para favorecer a desarrolladores, consolidando un modelo de ciudad excluyente.

A pesar de este prontuario de denuncias, Mussi consolidó en Berazategui un esquema de poder donde el látigo y los premios se transformaron en método de gobierno. Los recursos municipales se aplican con discrecionalidad: contratos, subsidios o beneficios para los leales, marginación o exclusión para los críticos. Esa dinámica clientelar mantiene cautiva a gran parte de la sociedad local y le permitió perpetuarse en el poder junto a su familia, en una suerte de dinastía política.

Insfrán, por su parte, representa un caso aún más extremo. Con más de treinta años al frente de Formosa, construyó un feudo político en el sentido literal. Control de los tres poderes, manipulación de la Constitución provincial para habilitar reelecciones indefinidas, persecución a la prensa y a la oposición, y un modelo económico dependiente en un 95% de la coparticipación federal. En Formosa, el empleo público y los planes sociales no son políticas de inclusión sino instrumentos de dominación. La provincia, además, arrastra altos índices de pobreza, corrupción enquistada y denuncias de connivencia con el narcotráfico, sin que ninguna causa prospere en la justicia local.

La diferencia entre ambos líderes reside en la escala: mientras Mussi se erige como caudillo en un municipio del conurbano, Insfrán lo hace en una provincia entera. Pero el patrón de comportamiento es el mismo: concentración del poder, debilitamiento de las instituciones, clientelismo y perpetuación en el cargo.

En definitiva, tanto en Berazategui como en Formosa, la democracia se reduce a un ritual electoral que legitima lo que en la práctica funciona como un feudo moderno. El látigo de Mussi y el absolutismo de Insfrán muestran hasta qué punto la política argentina puede retroceder siglos en materia de institucionalidad.

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